
Seguramente hemos escuchado muchas veces y de distintas fuentes que sólo nosotros somos dueños de nuestros pensamientos y sentimientos, que sólo nosotros podemos elegir como sentirnos ante cualquier situación, que nadie puede influenciar nuestra manera de sentir si no lo permitimos. Esa es la teoría y ese es el tema que quiero compartir con Uds. El día de hoy, ¿existe un interruptor capaz de desconectar nuestras emociones de lo que hagan, digan o expresen los demás?
Salgo a la oficina manejando temprano en la mañana con el tráfico infernal de esta ciudad y lo que pintaba como un día tranquilo se transforma cuando un desconocido de otro vehículo me insulta desde su carro con gestos obscenos. Tengo dos opciones:
- Le respondo y me enfrasco en una discusión que probablemente no me va a llevar a ningún lado,
- Lo dejo ir con la certeza de que nada de lo que haga o diga esa otra persona debe ni puede afectarme
En teoría la respuesta es simple. Esa teoría dice que nadie puede entristecerte, enojarte, herirte, molestarte, si no lo permites; que tú eres el único dueño de tus pensamientos y sentimientos y que es tu decisión sentirte bien o mal por las acciones de los demás. Claro que nos duelen los problemas de los que amamos, que sufrimos con el dolor de nuestros familiares o amigos, que nos pega el desamor, pero esto es diferente, se trata de cuán blindados estamos ante las acciones de los demás que tienden a desestabilizarnos.
Hay días en los que nos levantamos sin ganas de hacer nada, deprimidos, tristes, inconformes, cansados, desesperanzados y con la motivación en el piso. Esos por lo general son días largos en los que a cada minuto parece hacerse más profundo el hueco en el que estamos. De pronto alguien nos obsequia una sonrisa, o una taza de café, o un abrazo de esos que se sienten en las costillas y en el alma. Tenemos dos opciones
- Respiro, me lleno de alegría y me dejo llevar por esa buena vibra que me están transmitiendo,
- Sigo empecinado en no salir de mi sótano y me quedo impermeable a la buena energía.
En teoría la respuesta es simple; a veces una sonrisa o un abrazo o un mensaje en el celular nos cambian la vida y nos animan. ¿Pero con qué frecuencia cambiamos de estado? ¿Qué tan predispuestos estamos a hacerlo?
Mi teoría es que es más difícil recibir acciones positivas y dejar que estas nos cambien, en otras palabras pienso que es más fácil dejar que las acciones de los demás influyan de manera negativa en nosotros. El punto es que yo soy el único que puede decidir cómo sentirme ante cualquier situación externa, en mi mente está el poder de escoger si dejo que esos efectos externos permeen o no a mi interior. En mí está el poder de cambiar mi día, de reorganizar mis prioridades, de sacudir mi mente y volver al camino. ¿Complicado? ¡Obviamente! Pero nadie dijo que fuera fácil.
¿Qué necesito? Mucha confianza en mí mismo, mucho amor propio, conocerme muy bien para entender que soy la persona ideal para tomar la mejor decisión sobre mi vida, además trato de analizar la situación usando tres conceptos fundamentales:
- ¿Le hago daño a alguien con mis acciones?
- ¿Me hago daño a mí mismo?
- ¿Están alineadas mis acciones con mi plan de vida y la búsqueda de mis pasiones?
Si mis acciones están en sintonía con estos tres principios, puedo entonces tomar todo lo externo filtrar lo negativo, alimentarme de lo positivo y seguir adelante. Don Quijote decía: ¨Sancho, los perros ladran, es señal de que nos movemos.¨ Siempre van a hablar de nosotros, siempre vamos a estar expuestos a situaciones o comentarios que nos afecten, pero es nuestra decisión dejar ir lo malo sin que nos haga daño.
Hace un par de años, le discutía a una amiga su pasividad ante los repetidos comentarios ofensivos de una de sus amigas a sus espaldas e incluso soslayados en charlas directas.
-No puede ser que después de todo lo que hiciste por ella, hoy esa persona hable de ti de esa forma, le recriminaba yo con enojo
-No importa, me respondía. Nada de lo que ella dice es cierto, ¿por qué tengo que dignificar sus comentarios con una respuesta? Mis verdaderos amigos como tú que me conocen de verdad saben que yo no haría algo como eso. En cualquier caso, sólo a Uds. Podría darles una explicación.
Su respuesta en ese momento no me dejó del todo satisfecho, ¡yo quería una guerra frontal! Pero si me impresionó su tranquilidad y su capacidad para despreocuparse y restarle importancia a lo que no lo tiene. La admiré y la admiro por su solidez y su confianza en sí misma y aprendí de ella que nuestra verdad siempre va a ser puesta en duda, pero que es nuestra decisión responder o no a cualquier comentario. No podemos hacer felices a todos los demás pero si podemos buscar con determinación ser felices nosotros mismos.
Mi maestra de ZhiNeng QiGong (ya hablaré en otra entrada de esta excelente práctica) siempre me ha dicho que en nosotros está la fuerza, la inteligencia y el valor para afrontar cualquier reto, que sólo se necesita trabajo duro y mucha confianza en sí mismo. Yo estoy totalmente de acuerdo y siento que entre más trabajemos en nosotros mismos, más blindados estaremos antes los efectos externos y mejor será nuestra capacidad de decidir que puede y que no puede afectarnos.
¿Qué piensan Uds.?
¿Somos los únicos responsables por cómo nos sentimos?
Feliz semana y todo lo mejor,
Luis

Hace unos años salí a almorzar con un amigo muy cercano y lo noté más pensativo que nunca así que le pregunté qué le preocupaba. Echando su cuerpo hacia atrás me contestó: no me preocupa nada, me ocupan muchas cosas. Por un momento pensé que era una de las tantas frases de cajón que los seres humanos usamos a menudo para decir lo que realmente sentimos y que no logramos con nuestras propias palabras; sin embargo con el tiempo entendí lo que quiso decir.