El apego.

Todavía recuerdo la primera vez que me terminaron: mi novia había dejado de amarme y ya no me quería junto a ella. La cosa más importante que pasó por mi mente fue: ¿y ahora qué voy a hacer?  Tenía el sentimiento de que no había esperanza y de que no iba a ser capaz de continuar con mi vida. Tenía un dolor tan intenso y tan arraigado dentro de mi cuerpo que no creía poder curarlo con nada.

No fue la primera vez que experimenté una pérdida pero definitivamente fue la más dura hasta ese momento. Años atrás había muerto Alberto, mi mejor amigo de secundaria, y eso me hizo pensar en la fragilidad de la vida y en que no podemos dar nada por sentado. Sin embargo esta nueva sensación era diferente: al hecho de no poder estar más con ella se sumaba la tortura de tener que seguirla viendo junto a alguien más y no poder hacer nada para cambiarlo. La muerte es una pérdida definitiva que nos ataca de manera fulminante; la separación, en cambio, nos mata de manera lenta y tortuosa.

Con el tiempo aprendí que el dolor viene del miedo.  Ese miedo a perder todo aquello, sea físico o espiritual, que tenemos y a lo que nos hemos apegado con el tiempo. El apego, brillantemente definido por Sharon M. Koenig en su libro Los Ciclos Del Alma, se entiende como ¨el miedo a perder algo que consideramos imprescindible e insustituible para nuestra supervivencia.¨

Hay una estrecha relación entre el amor, el apego, el odio, la indiferencia y el dolor. Para mí, el amor y el odio son sentimientos tan intensos que la separación entre ellos es una delgada línea que a veces ni siquiera notamos cuando la hemos cruzado. El odio, por ejemplo,  puede generar sentimientos de nostalgia e interés, los cuales pueden llevar al aprecio y finalmente al amor. Por otro lado, un amor de profundos apegos mezclado con temor excesivo, puede llevar a celos descontrolados y a la violencia. Creo entonces, que diariamente nos movemos en esa escala de grises amando y odiando al mismo tiempo.

Lo contrario al apego es el desinterés. Sin interés no puede existir el temor a la pérdida ni tampoco el amor. Precisamente la falta de interés es una de las cosas que más nos duele en las relaciones. Bien dice la cancón: ¨Ódiame por piedad yo te lo pido, ódiame sin medida ni clemencia, odio quiero más que indiferencia, porque el rencor hiere menos que el olvido. ¨

De otro lado, el excesivo apego por una relación o por las cosas, hace que el temor a la pérdida se vuelva incontrolable y pueda hacer imposible disfrutar de lo que se tiene.  Jordy Geller es un estadounidense que tiene casi 2,400 pares de zapatos en su museo privado. El par con el que inicio su colección, era un modelo Air Jordan que salió en el 2000 como una versión retro del original de 1990. Cuenta Jordy que nunca usó esos zapatos por el temor a gastarlos y no poder reponerlos después si no salían de nuevo al mercado. Creo firmemente en que a veces nos sucede lo mismo con nuestras relaciones: no las disfrutamos por el miedo al dolor que encerraría una posible pérdida para nosotros. Preferimos dejar ir las cosas buenas a arriesgarnos a amar y que todo resulte doloroso al final.

¿Cuál es entonces la solución?

No se trata de ser desinteresado. Se trata de amar con decisión y sin guardarse nada, se trata de olvidar el futuro y sus hipotéticas consecuencias y quedarse en el presente disfrutando de la realidad. A veces dejamos de vivir el hoy por estar más preocupados por el mañana. Ahí es donde justamente empezamos a dejar de vivir.

Claro que hay excepciones. Jamás he dicho que aquí van a encontrar la receta perfecta para vivir o la solución a todos los problemas. Todos los seres humanos somos diferentes y cada situación tiene sus matices. Ninguna experiencia por más parecida que parezca es igual a otra así que hay que analizar cada cosa en su momento.

En mi caso, con el tiempo entendí que la única manera para no sentirme mal era no traicionarme. Cuando haces balances, a la única persona a la que no le puedes mentir es a ti mismo. Así que he dejado de hacerle caso al miedo o por lo menos lo bloqueo; amo cada persona en mi vida con la certeza de que hago lo mejor o por lo menos lo intento, para que cuando tenga que separarme por cualquier razón, no se quede nada guardado y no haya remordimientos. Aprecio las cosas materiales y les doy la importancia que tienen sin ponerlas por encima de las verdaderamente importantes que son las espirituales.

¿Funciona? ¡No siempre! Aún sigo aprendiendo, aún le temo a los fantasmas del pasado y aún me equivoco. Pero esa es justamente el objetivo: jamás dejar de aprender.

¿Y a Uds.? ¿Qué les da miedo perder?

Feliz fin de semana.

 

2 comentarios sobre “El apego.

  1. Interesante y complejo tema el que has planteado hoy. Creo que todos o casi todos, estamos en una lucha constante en función del desprendimiento. Hasta ahora no he conocido a alguien a quien yo pueda decir, que ha cumplido a cabalidad está tarea, sólo he visto distintos y particulares desapegos, así como niveles de distanciamiento de personas, objetos, situaciones y afectos entre otros. A veces pienso que el desapego está muy bien planteado a nivel teórico, hasta pareciera fácil hacerlo, pero en la práctica el asunto no resulta tan fácil. Muchas personas pueden desapegarse de lo material aparentemente, pero a nivel emocional y/o espiritual, tienen muchas ataduras, pensamientos controladores y actitudes que los llevan a mantenerse en una zona de confort, y no me refiero propiamente a algo placentero, sino el aferrarse a algo que le produce menos dolor, o del cual, pueden obtener un beneficio secundario, evitar o bloquear un sufrimiento mayor, sin que ello necesariamente pueda ser catalogado como bienestar.
    A mi modo de ver, es una posición muy personal, el desapego es una tarea constante, un reto que puede ir uno escalonando o avanzando en su realización y de esta manera ir accediendo a mayores niveles de espiritualidad, sin que ello implique su logro total.
    Qué temo perder? La vida de mis seres queridos, aquellos que hacen parte de mi núcleo familiar más cercano: Mis padres, mi hno, mi sobrina y en especial mi hija. No sé si tenga la fortaleza de asumirlo, probablemente sí, pero es algo que solamente podré saberlo en el momento que pase. A parte de este miedo a la muerte de un ser amado, tengo dos apegos muy fuertes que están de algún modo vinculados: el de la consciencia y la cordura, y el de la memoria. La primera, hace referencia al miedo a no ser consciente de mis actos, a quedar expuesta, a ser objeto de otro. Es decir, a quedar a merced de la voluntad del otro, porque puedo perder la cordura, quedar inconsciente, estar bajo el efecto de una sustancia etc. No poder ser responsable de mis actos, de mis palabras, es algo que me asusta, sería una alienación mental. La segunda, que alude a la memoria, también me atemoriza, perder el pasado, mi historia, mis raíces, no saber quién soy o a dónde pertenezco o de dónde vengo, me resulta algo angustiante, por ejemplo, el padecer un Alzheimer. Una vez cualquiera de estas dos cosas apareciera, pues ya el sujeto, en este caso yo, no tendría miedo, pues la locura, la amnesia, la inconsciencia, son las formas más profundas de protección ante el insoportable sufrimiento emocional que un sujeto pueda tener. Así, que a seguir trabajando en vínculos menos dependientes, en ser más espirituales y a valorar y ser grato con lo que tenemos…en fin, es una tarea de nunca acabar. Un abrazo.

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    1. Mary, gracias por tu mensaje y por describir de forma tan acertada la lucha constante que tenemos todos por dejar de sufrir. Hace no mucho tiempo alguien me decía que la pérdida más fuerte es la de un hijo. No es natural que los padres vean partir a sus hijos, debiera ser lo opuesto. No hay forma de desapegarse de los seres que se aman, solo se puede amar completamente para que nunca queden remordimientos.

      Es cierto que la tarea no es fácil. Constatemente me encuentro enfrentando mis errores y aprendiendo de ellos.
      Y si la locura es la mejor forma de protección ante el dolor emocional, que venga un poco de ella.

      Fuerte abrazo
      Luis

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