Él

Caminaba como si el mundo le perteneciera y quizás así era. Cuando entraba a cualquier lugar atraía mirabas y no podía pasar desapercibido. Había descubierto que su fuerza interior era poderosa y había aprendido a intensificarla para lograr lo que se proponía. No había nada en el mundo que no pudiera obtener, ni presa en la tierra que se le hubiera podido escapar. Y no. Nadie le había dicho que no, al menos de manera definitiva.

Entonces sabía de su poder y lo manejaba de manera segura, casi arrogante. La adrenalina que le generaba cada nuevo reto era abrumadora. Era una droga necesaria para un cuerpo dependiente de las emociones y una mente ávida de alimento. Era un depredador especializado en observar, acechar a su presa y devorarla. ¿Lo más sorprendente? Las víctimas disfrutaban ser devoradas. Ninguna parecía alejarse a pesar de las advertencias; eran seducidas por una telaraña que se volvía un veneno. ¿Demasiadas? ¡Jamás! Nunca sería suficiente.

Un aroma, un trozo de piel, una mirada. Cualquier detalle podía disparar el instinto y activar los sentidos de cacería. Le gustaba coleccionar almas. Era un Dr. Jekyll moderado y un Mr. Hyde desbordado.

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